Cuando la esperanza, como siempre la última, se despidió con
un tenue adiós susurrado y luciendo ojos hinchados por el dolor, supo que no
volvería. Era triste; el abandono y los sueños rotos, por definición, siempre
lo son. Pero saldría de esta y quizás, en un futuro no muy lejano, los días
dejarían de medirse en segundos y los segundos en eternidades. Tal vez algún
día, antes de morir, consiguiese sonreír de nuevo.

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