El ruido de la oscuridad al caer lo inundó al fin todo. Habían sido algunos los mensajes de advertencia pero no quiso prestarles atención; demasiado ocupado para atenderlos, demasiado indolente como para saberlo. Una mala racha, sólo eso, se decía una y otra vez a cada penosa mano que la suerte le repartía. Creyó que una buena jugada podría sacarle del pozo dónde él solo se había ido metiendo, día tras día, sin sospecharlo, desde el principio de los malos tiempos.
PD: Había perdido todo de manera paulatina siguiendo aquella absurda corazonada y ya nada le quedaba; ni tan siquiera una sola de las ilusiones que le acompañaban antes de la partida le fue fiel hasta el final, una a una habían ido desfilando sin mirar atrás, al igual que su suerte: sin despedirse, sin ninguna clase de pudor, sin mostrar un atisbo de delicadeza.