27/5/10


TODO POR UN TEXTO

Sentía el cañón de su Colt M1911 en el centro de mi frente, lo que indicaba dos cosas: la primera y menos preocupante era que la antigualla con la que me estaba apuntando la debía haber adquirido recientemente en el mercado negro en alguno de sus múltiples viajes al continente africano, probablemente en Walvis Bay, al traficante de armas sin escrúpulos de turno (y digo recientemente porque del gatillo aun colgaba lo que parecía una etiqueta con su precio en dólares); la segunda observación era que me enfrentaba a un tipo peculiarmente tarado, con pulso de cirujano y mirada inquisitoriamente taxidermística, como si divagase sobre lo que haría conmigo cuando la bala del calibre 45 se alojase al fin en mi cerebro.

- No tengo miedo a morir. Le dije con la voz entrecortada a causa de lo incómodo de la situación.
- ¿A no? Y entonces porqué llevas temblando los últimos dos minutos. Me contestó con una enfermiza precisión suiza.
- Solo pensaba, pensaba en cuales son las motivaciones de un perfecto forastero para intimidar de esta guisa a un completo extraño.
- Es que no me reconoces?

Claro que le reconocía, nada más verle supe quien era, pero el tiempo lo había consumido y poco o muy poco se parecía a la imagen que de él tenía.

De pronto comencé a recordar, a modo de flashback, cómo nos habíamos conocido y el choque de caracteres que había supuesto, llegando incluso a las manos. Yo para él era su antagonista. Él para mí un completo desconocido. Pero el paso del tiempo y la fuerza de grupo hizo que nos conociésemos mejor y comenzásemos a comprendernos, cosa por otro lado nada fácil en lo que a ambos se refiere. Habíamos vivido un montón de experiencias juntos, desde las típicas salidas nocturnas a macrobotellones en casas ajenas y propias, pasando por largos paseos en zodiac o magníficos atardeceres en playas de ensueño a bordo de barcos de época. Recuerdo, de entre muchas otras cosas, su ingenuidad estacionaria y la alegría que emanaba siempre de él, como si de un perfume imperecedero se tratara.

- Ei! Contesta! Te he hecho una pregunta! Vociferó con intranquila serenidad mientras se aseguraba de que el seguro no estaba puesto.

Me di cuenta que de mi amigo poco o nada quedaba, así que decidí negar con la cabeza sin cerrar los ojos para con ellos poder transmitirle que no importaba, que ya estaba perdonado.

1/5/10



Era la vigesimoctava vez que sonaba el teléfono pero por fin estaban bien encaminadas. Lo suyo había costado pero pronto compartiríamos tiempo y espacio, un tiempo sofocante y un espacio mediocre caracterizado por la impasibilidad del sol abrasador de un Mayo que comenzaba en un punto cualquiera de la charca del Mar Menor. Lujos los teníamos todos así que poco importaban las pequeñas imperfecciones del entorno o la escased de determinados elementos que se volvía relativa con el transcurso de la marea y la combustión de los minutos.

Y entonces aparecieron o, mejor dicho, apareció ella haciendo desaparecer al resto. Vestía para la ocasión todos los arquetipos de la mujer perfecta, unos pantaloncitos cortos que hacían del final de sus nalgas objeto de culto y una camiseta a rayas que dejaba entrever, con el permiso de sus largos cabellos color azabache, una clavícula sensual y delicada a partes iguales. Su cara, presidida por unos ojos ligeramente rasgados y gobernada por una boca mediana y sugerente, era el vivo reflejo de exotismo, pero no un exotismo lascivo, sino uno sutil e interesante que con su efecto narcótico hacía de ella una mujer atrayentemente atemporal.


PD: Siendo el continente de bohemia a través de su mirada ínfimamente asimétrica se podía intuir un contenido a la altura de las circunstancias. Y el contacto con su piel… ai! El contacto con su piel dejaba tras de sí tamaña impronta que, aun con el paso de los años, permanecerá inmutable en mi memoria.