24/2/13



MUERTE ENTRE LAS CALLES

Guiado por sus propios pasos consiguió que el sonido del mundo empequeñeciese los tristes pensamientos que, arremolinados en su cabeza, marcaban el fluir de las horas desde hacía bien poco, desde que con un nudo en la garganta tuvo que volver a la realidad poco hecha y sin adornos del Madrid de la época.

En dirección al centro, al comienzo de todo, se dirigió cuando todo había acabado. Una última broma macabra, se dijo, como colofón a una pantomima que ya duraba demasiado. La gente, las calles y plazas, las cervezas frías y los viejos recuerdos se sucedían mientras la entereza inicial hacía aguas y la angustia se cebaba a cada calada que el miedo le hacía dar. Así fue consumiendo el tiempo, sentado en el punto fijo que se mueve, hasta que el efecto anestésico del dolor y la necesidad de poner fin a todo aquello lo empujaron al destartalado banco que, impasible, fue mudo testigo del nacimiento y derrumbe de este amor


MÁS SOLO QUE LA LUNA

Partió de la habitación blanca y fría, blanca como la nieve y como la nieve fría, exhausto tras haber intentado capear el temporal de susurros y verdades a medias, de lágrimas y excusas rancias, rumbo a la incierta salida que el futuro le había reservado. Cruzó dos puertas sin mirar atrás, luego el ascensor se cerró y ya no pudo aguantar más. Sólo cuando llegó a la calle y el aire helado de la mañana le golpeó el rostro consiguió llenar aquellos pulmones arrítmicos y poner por fin en marcha su debilitado corazón. 

Sabía perfectamente lo que tenía que hacer, no podía recurrir a nadie, en esos momentos no era buena compañía ni siquiera para sus mejores amistades, así que decidido a recrearse en esa soledad impuesta, en el martirio, recorrería nueve paradas de metro, compraría el pasaporte a casa, dejaría el equipaje a buen recaudo y, finalmente, se despediría de la ciudad a su manera y, de esa forma, también de ella.