MÁS SOLO QUE LA LUNA
Partió de la habitación blanca y fría, blanca como la nieve y como la nieve fría, exhausto tras haber
intentado capear el temporal de susurros y verdades a medias, de lágrimas y excusas
rancias, rumbo a la incierta salida que el futuro le había reservado. Cruzó dos
puertas sin mirar atrás, luego el ascensor se cerró y ya no pudo aguantar más.
Sólo cuando llegó a la calle y el aire helado de la mañana le golpeó el rostro
consiguió llenar aquellos pulmones arrítmicos y poner por fin en
marcha su debilitado corazón.
Sabía perfectamente lo que tenía que hacer, no podía recurrir a nadie, en esos
momentos no era buena compañía ni siquiera para sus mejores amistades, así que
decidido a recrearse en esa soledad impuesta, en el martirio, recorrería nueve
paradas de metro, compraría el pasaporte a casa, dejaría el equipaje a buen recaudo
y, finalmente, se despediría de la ciudad a su manera y, de esa forma, también
de ella.