- Ya estás otra vez en la misma. Lo que a ti te hace falta es echar un buen polvo.
- Venga, tráeme a una que no cobre y convéncela de que se baje las bragas para mi.
- Esa si que es buena, no te parece que de encontrar a una no serías tú sino yo quien se la tiraría?
- Pues menudo amigo estás hecho, ¿puestos a suponer no se suponía que era yo quien más lo necesitaba?
Por supuesto que lo necesitaba. Todo el mundo lo necesita, pensó, pero el bienestar sexual era demasiado breve y, cuando se extinguía, tu vida seguía siendo la misma apestosa mierda que justo antes del orgasmo. Follar solamente era otra peripecia que contar a tus amigos; una rubia, una morena, otro galón en el pecho como si por aquel hecho la hombría se multiplicase de forma disparatada. En realidad follar le importaba un carajo, seguía echándola de menos, era esa su cruz y no otra, no podía olvidarla ni en los momentos más etílicos de sus continuas borracheras y que durante el resto del tiempo se transformaba en un agudo pesar. Había ocasiones en las que las piernas le fallaban y las manos no le respondían, entonces se sentía como un jarrón balanceándose en el borde de un abismo cualquiera, débil, físicamente vulnerable, como si fuese a caer enfermo o desmayado; y beber no lo mejoraba en absoluto aunque sí disipaba momentáneamente su atención en tan cruento hecho. Cualquier cosa era mil veces mejor que continuar absorto por aquel sentimiento, el alcohol era sólo una de las menos duras.
PD: “Con las sobras de mis sueños me sobra para comer.”