Quería verla, más que a cualquier otra cosa, lo necesitaba, necesitaba tenerla delante y confesarle mis pensamientos, mis inquietudes, mis lamentos. Había imaginado ese encuentro cientos de veces en estos últimos quince días, estaríamos los dos solos como antes, quizás frente al mar, y yo hablaría, hablaría mucho, tanto que no admitiría ningún silencio incómodo ni una mala cara, sencillamente no podía permitírmelo... Mi pose sería firme y llevaría la iniciativa hasta que le tocase hablar, en este punto la escucharía y replicaría todo lo que tuviese que replicar y así sucesivamente hasta que no quedase nada que decir o nada por lo que luchar y al fin, sin coraza y sin fuerzas, todo dependiese de ella. No esperaba un final feliz, los finales felices se han diseñado para los libros infantiles, no para ciertas vidas y mucho menos para la mía, pero sí un final de partida en el que estarían todas mis cartas encima del tapete; sabía que no era una buena mano y que seguramente no ganaría pero era la que tenía y con eso me bastaba. Estaba preparado para volver a la realidad, la realidad de la soledad, de la búsqueda constante de placeres instantáneos con los que maquillar esa existencia que detesto y que se vuelve miserable paso a paso cada día al tiempo que me adentro en el cuarto mundo, ese mundo en el que no hay buenas razones, el mundo de los deportados del cariño y la esperanza, del buen hacer... el mundo de los que se conforman con un mísero “carpe diem”.
Como digo estaba listo para lo peor, pues era lo más probable, así que no estaba asustado: cuando uno llega a tocar fondo hay ciertos privilegios, que por banales, no se puede permitir; tampoco estaba tranquilo pero sí decidido así que se los mandé, le mandé todos mis deseos concentrados en algo menos que nueve palabras. Esperé y esperé y esperé su contestación, espere y esperé y esperé hasta darme por vencido, esperé y esperé y volví a esperar hasta que me di cuenta, muchas horas después, de que ya me había contestado, contestado con la más cómoda e inapelable de las respuestas: su silencio.