27/7/08



AQUÍ YACE LA ESPERANZA Y FUE ASESINADA POR DESCUIDADA

Quería verla, más que a cualquier otra cosa, lo necesitaba, necesitaba tenerla delante y confesarle mis pensamientos, mis inquietudes, mis lamentos. Había imaginado ese encuentro cientos de veces en estos últimos quince días, estaríamos los dos solos como antes, quizás frente al mar, y yo hablaría, hablaría mucho, tanto que no admitiría ningún silencio incómodo ni una mala cara, sencillamente no podía permitírmelo... Mi pose sería firme y llevaría la iniciativa hasta que le tocase hablar, en este punto la escucharía y replicaría todo lo que tuviese que replicar y así sucesivamente hasta que no quedase nada que decir o nada por lo que luchar y al fin, sin coraza y sin fuerzas, todo dependiese de ella. No esperaba un final feliz, los finales felices se han diseñado para los libros infantiles, no para ciertas vidas y mucho menos para la mía, pero sí un final de partida en el que estarían todas mis cartas encima del tapete; sabía que no era una buena mano y que seguramente no ganaría pero era la que tenía y con eso me bastaba. Estaba preparado para volver a la realidad, la realidad de la soledad, de la búsqueda constante de placeres instantáneos con los que maquillar esa existencia que detesto y que se vuelve miserable paso a paso cada día al tiempo que me adentro en el cuarto mundo, ese mundo en el que no hay buenas razones, el mundo de los deportados del cariño y la esperanza, del buen hacer... el mundo de los que se conforman con un mísero “carpe diem”.

Como digo estaba listo para lo peor, pues era lo más probable, así que no estaba asustado: cuando uno llega a tocar fondo hay ciertos privilegios, que por banales, no se puede permitir; tampoco estaba tranquilo pero sí decidido así que se los mandé, le mandé todos mis deseos concentrados en algo menos que nueve palabras. Esperé y esperé y esperé su contestación, espere y esperé y esperé hasta darme por vencido, esperé y esperé y volví a esperar hasta que me di cuenta, muchas horas después, de que ya me había contestado, contestado con la más cómoda e inapelable de las respuestas: su silencio.

2/7/08



OTRA RONDA POR FAVOR

Temo el cierre de párpados en horas de cansancio, las faltas de atención en los atascos, los “hola qué tal” sin abrazos, a las rameras que trepan, a mi poco tacto... Me asusta el disimulo permanente, las conversaciones repelentes, los ceses estridentes y hasta la caspa que sale después de oír ciertos bastas... las calumnias. Odio las distancias que separan miradas, los “lo tenemos que dejar” sin poder siquiera rechistar, las tormentas, los malos tratos sin contacto, a las entusiastas sin entusiasmo y a los solitarios que, hoy por hoy, pujan por su almohada en bandadas de ciento volando. Lamento mi cobardía, la falta de iniciativa, la descortés tentativa de divorcio. Lamento también las transformaciones repentinas, el exceso de llamadas que rozan el acoso, el fruto de mis despojos, lo bochornoso de la situación. Detesto tener que escribir por no poder decir un simple “te necesito”, las espinas que surgieron en las ruinas repentinas de la alegría de mi corazón, el sin ton ni son, los “hasta luego”, la ofuscación en días de verano, la falta de templanza, la brillantez del sol desamparado que allá arriba espera a que se obre un milagro. Maldigo, en definitiva, la villanía con la que el destino me obsequió y que me permitió adentrarme en un pozo bien hondo, seguramente hecho a mi medida.


PD: Dichosos los que padecen insomnio pues al menos ellos no son martirizados en el reino de los sueños.