2/9/16


TRISTE MUJER HERMOSA 

 Me ha encargado que medite sobre mi actitud y el daño causado. No se ha tomado bien que emplee mi tiempo de la peor manera posible y ha dicho basta. Dice que se ha pasado las últimas dos noches llorando y que no se lo merece, que no se lo esperaba, que de otros sí pero no de mí. Yo callo y asiento. Tiene toda la razón, no se lo merece, nadie merece sentirse desgraciado y ella menos. Después del año que lleva voy yo y le obsequio esta guinda envenenada en forma de profunda desilusión, sin embargo la escenita tampoco es que sea plato de mi gusto y aquí estoy: tarde, mal y a rastro pero con los oídos abiertos y la boca cerrada.

 El día ha amanecido caluroso incluso para ser septiembre. Respirar hondo y tranquilizarme antes de la llamada que acabaría por llegar era justamente lo que necesitaba. Así que decidí seguir la rutina y postergar lo inevitable. Fui hasta la playa con poco más que un traje de baño, tres o cuatro pensamientos y las llaves de casa. Allí, como siempre por estas fechas, se repetía la misma historia; los arenales empequeñecidos por las mareas vivas aparecían desiertos, a excepción, en este caso, de una parejita que no dejaba de mirarse, dos sexagenarias sentadas en la orilla y algunos chavales que, entre las olas, jugaban a ser invencibles.

 Nos creímos inmunes a todo y tal vez lo fuimos, pero ya no. La tarde declina y el momento aterra. Un sollozo entrecortado recorre miles de kilómetros. Lo siento como una advertencia. Casi puedo ver como las lágrimas resbalan hasta sus labios. Salado verbo. Pienso en sus ojos hinchados y en las diferencias con aquellos mismos ojos a la luz madrugadora del lejano noviembre, cuando los llantos de ahora eran las risas de entonces y nos deseábamos sin relojes hasta bien entrado el amanecer.

 Del otro lado la voz por momentos afianza su seguridad y por momentos va desinflándose hasta convertirse en un a penas imperceptible hilo. Los temas se suceden, las quejas y reproches aparecen etiquetados y ordenados, delimitados y perfectamente compartimentados. Habla de grandes cuestiones pero las íes no se puntúan ni escribimos los nombres con mayúscula. Es el turno de mi indiferencia aparente. No sé si se refiere a todos estos meses que ella aglutina en años o a esta conversación que dura minutos y me parece una eternidad. No importa. El caso es que peco de poco claro. Resulta que mis palabras insinúan una cosa pero mis gestos y mis manos transmiten la contraria, que no tengo vergüenza y que ya soy mayorcito para estar mareando al personal.

 Una ráfaga consigue que los restos de arena reunidos sobre mis piernas las recorran flemáticamente. Noto un ligero cosquilleo y, aunque de fondo continúa el réquiem, me acuerdo de otra arena y otra playa, de cuerpos que se ahogaban y del anhelo que se lo impedía, de locuras veniales, del sexo inmortal, de la compañía perfecta, del momento justo y lo poco que dura, del olor a tierra mojada y la espuma de mar.

 Lo que nunca empezó habrá terminado en un rato. Yo sigo sin articular palabra. Habla ella, necesita sincerarse. Debe tener mil cosas que decir. Son muchas las horas dedicadas a imaginar variantes y, pese a llevar más de quince minutos sin parar, temo tenga carrete para largo. No la recuerdo hablar tanto y menos mostrar sus sentimientos tan abierta, sincera, serenamente. Si ya me sentía mal ahora noto algo anudándose a mi garganta. Me cuesta tragar. Creí haber sido claro pero por las noticias que me llegan no lo suficiente. Es como si hubiéramos estado viviendo realidades distintas, sin reparar en lo que el otro necesitaba realmente.

 Creemos conocernos y conocer a los demás y nos equivocamos. Siempre hay algo que sorprende, un resorte que salta por primera vez. Fallos ocultos a la vista de todos, burbujas atrapadas entre el cristal...

 En estos momentos me comunica por decimotercera vez que toda la culpa es mía, ahora por haber sido yo quien dio el primer paso. Una nube tapa el sol y advierto los sonidos que invaden la terraza. Reconozco la melodía. La letra, sencilla y melancólica, consigue amortiguar el silencio que se ha instalado entre nosotros. Temo lo que sigue. La calma no durará.

 Ha pasado. Acaba de desenterrar un cadáver. Golpe bajo de lo más injusto. La sangre me hierve y me cuesta contenerme. Ha debido hablar con alguien porque jamás la he mencionado, o me equivoco y es sólo fruto del estrés, de esta situación que nos supera. Qué pena tener que acabar así, pero sus palabras han servido de acelerante y en nada perderé la compostura. Creo que se ha dado cuenta. Trata de arreglarlo. Dice que con todo es incapaz de odiarme, que se lo veía venir, que era ingenuo esperar otro resultado, que piense en lo que le he hecho pasar y me pide que no lo repita. Le contesto que eso está hecho, que cuente con ello. Intento no sonar falso y lo único que consigo es parecer ridículo. Suspira. “En fin, ya si eso nos veremos”. Cuelga. Vuelvo a estar solo.