5/2/09



Había terminado la cuarta cerveza cuando tuvo la necesidad de ordenar sus pensamientos y escribir. Conocía bien esa sensación y sabía que no debía hacerla esperar, así que antes de que la última gota dejase de hacerse notar en su garganta cerró fuertemente la mano izquierda, tiró con rabia la botella y dejó que la ira guiara sus palabras. La primera línea salió sola. Llevaba un mes sin escribir y sin pensarlo había sido capaz de hilvanar dieciséis palabras seguidas. Estaba orgulloso, orgulloso y tranquilo. No era su mejor línea pero eso daba igual. Abrió otra cerveza para celebrarlo. Estaba helada, justo como la quería. Le dio un sorbo largo pero pausado. No tenía prisa. La apoyó, eructó y sintió odio. El alcohol provocaba ese efecto en él.

Le gustaba saborearlo, notar como iba circulando dentro de sí a gran velocidad hinchando sus venas al tiempo que el pulso se le aceleraba y su cuerpo le pedía fuego. Entonces él se lo daba y fumaban juntos, codo con codo, calada a calada, mientras se ensimismaban en las formas que iba adoptando el humo, el mundo reducido a humo, una triste metáfora, la metáfora de su existencia.

Intentó plasmarlo en el papel consiguiéndolo a medias. Siempre le pasaba lo mismo. Bastaban tres segundos para que todo, desde la idea más sencilla hasta la hipótesis más remota, desapareciese sin despedirse y sin decirle que no. Aún así tiró para adelante refiriéndose a su pasividad patentada, a la doble moral, a los hijos ilegítimos de su necedad, a la sensación de tranquilidad que siente cuando las cosas van mal, a la basura que ahúma la capacidad de olvidar, a lo mismo de siempre, a los entes que mienten con virtuosa facilidad para acto seguido resguardarse de la agonía de las despedidas que nacen de la imposibilidad de confiar.


PD: Lo releyó y no le gusto, pero eso no importaba, había vuelto a escribir.

4/2/09



No entiendo muy bien el porqué de su extraño proceder en un calibre de tal asunto. El tiempo pasaba, según parecía, al margen suyo, sin rozarlo, sin tocarlo, pasando de él como sólo él pasaba. Llovía, recordaba, granizaba y tronaba, y él seguía al margen del tiempo, de sí, de todo. Era como si se hubiese estancado en un pasado reciente, hiriente, que invalidase la posibilidad de continuar. Pero era feliz, o más bien infeliz, a su manera, con sus sueños, logros y lloros. Lloros que se transformaban en llantos callados cuando se trataba de Ella.

Puede que estuviera enamorado, puede también que los accesos de locura tiempo atrás archivados salieran a la luz, puede incluso que mintiese, que faltara a la verdad, que se lo hubiese inventado todo. Pero lo único cierto es que en esta historia de las verdades sólo hay una, la verdad de las mentiras, de las verdades que se dicen cuando se miente, de los mentirosos piadosos que en intervalos de ocho segundos dicen digo cuando quieren decir te quiero, de los dices y diretes, de los te quiero sin quererlo.