MUERTE ENTRE LAS CALLES
Guiado por sus
propios pasos consiguió que el sonido del mundo empequeñeciese los tristes
pensamientos que, arremolinados en su cabeza, marcaban el fluir de las horas desde
hacía bien poco, desde que con un nudo en la garganta tuvo que volver a la
realidad poco hecha y sin adornos del Madrid de la época.
En dirección al centro, al
comienzo de todo, se dirigió cuando todo había acabado. Una última broma
macabra, se dijo, como colofón a una pantomima que ya duraba demasiado. La
gente, las calles y plazas, las cervezas frías y los viejos recuerdos se sucedían
mientras la entereza inicial hacía aguas y la angustia se cebaba a cada calada
que el miedo le hacía dar. Así fue consumiendo el tiempo, sentado en el punto
fijo que se mueve, hasta que el efecto anestésico del dolor y la necesidad de
poner fin a todo aquello lo empujaron al destartalado banco que, impasible,
fue mudo testigo del nacimiento y derrumbe de este amor
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