Quería introducir aquel servilletero hasta lo más profundo de su cráneo. La idea era la siguiente: se lo tiraría con fuerza, sin pestañear y con uno de sus vértices como avanzadilla. Era un plan sencillo, instantáneo y práctico, tremendamente práctico.
PD: Poco después recordé el consejo de contar hasta diez antes de actuar y decidí, bajo coacción, seguirlo a rajatabla.
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