Temo el cierre de párpados en horas de cansancio, las faltas de atención en los atascos, los “hola qué tal” sin abrazos, a las rameras que trepan, a mi poco tacto... Me asusta el disimulo permanente, las conversaciones repelentes, los ceses estridentes y hasta la caspa que sale después de oír ciertos bastas... las calumnias. Odio las distancias que separan miradas, los “lo tenemos que dejar” sin poder siquiera rechistar, las tormentas, los malos tratos sin contacto, a las entusiastas sin entusiasmo y a los solitarios que, hoy por hoy, pujan por su almohada en bandadas de ciento volando. Lamento mi cobardía, la falta de iniciativa, la descortés tentativa de divorcio. Lamento también las transformaciones repentinas, el exceso de llamadas que rozan el acoso, el fruto de mis despojos, lo bochornoso de la situación. Detesto tener que escribir por no poder decir un simple “te necesito”, las espinas que surgieron en las ruinas repentinas de la alegría de mi corazón, el sin ton ni son, los “hasta luego”, la ofuscación en días de verano, la falta de templanza, la brillantez del sol desamparado que allá arriba espera a que se obre un milagro. Maldigo, en definitiva, la villanía con la que el destino me obsequió y que me permitió adentrarme en un pozo bien hondo, seguramente hecho a mi medida.
PD: Dichosos los que padecen insomnio pues al menos ellos no son martirizados en el reino de los sueños.

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